Hay días en lo que, además de ver una película lúcida, uno
tiene la oportunidad de conocer a una actriz igualmente lúcida. Días en los que
las virtudes y las miserias de quienes viven en tu país salen a la luz, sin que
nada ni nadie pueda ocultarlas. Días en
los que, como antaño le ocurriera al padre de Mafalda, uno entiende por qué el
país no avanza y/ o sale de la recesión/ crisis/ desastre económico en el que
estamos ahora mismo inmersos.
Un arma en cada mano, película escrita y dirigida por Cesc
Gay, es una dura, precisa y casi quirúrgica radiografía de una generación de hombres
españoles que han visto cómo sus vidas han adquirido una deriva que no figuraba
en sus planes. Bien es cierto que hay circunstancias e imponderables que,
raramente, se pueden superar –tal y como le sucede al personaje interpretado
por el actor argentino Ricardo Darín- pero, en el caso del resto, están
estancados y en crisis merced a su incapacidad por evolucionar hasta un estado
superior en su devenir vital.
Son, como muy bien definió la actriz Clara Segura, “niños
grandes, incapaces de crecer y afrontar sus responsabilidades, por muy
provechosas que éstas puedan llegar a ser para su misma existencia”. Ya se sabe
que los hombres nos resistimos a madurar y nos empeñamos en ser, siempre que se
pueda, hermanos mellizos de Peter Pan. Sin embargo, lo que le ocurre a los
hombres que protagonizan esta película es culpa suya y son sólo ellos quienes
deben hacer algo por solucionarlo.
Esto mismo se puede aplicar, palabra por la palabra, al
personaje interpretado por Javier Cámara, el exmarido de Clara Segura –Elena-
en la película. Su actitud, falta de compromiso y mala cabeza sólo merece que “le
cuelguen de la pared, como un cuadro cualquiera, en vez de sentir ninguna pena
por él. Visto su comportamiento, su hijo es mucho más maduro que lo podrá ser en esta vida y en la
siguiente”, en palabras de las propia actriz.
Esto mismo se puede
aplicar al personaje interpretado por Eduardo Noriega, un padre primerizo,
casado, pero incapaz de disfrutar de lo que tiene en casa y tentado por tener
sexo ocasional con una compañera de trabajo con la que, apenas, ha cruzado dos
palabras en los cinco años en los que ambos comparten lugar de trabajo. Su
personaje es tópico, quizás demasiado, pero no por ello menos real y fácil de
encontrar. “Puede que lo parezca, tópico, quiero decir, pero yo conozco colegas
que se comportarían de la misma forma que lo hace Eduardo (Noriega) en la
pantalla. Están casados, luego tienen un hijo y terminan por perder el interés,
sin tan siquiera hacer nada por mejorar su situación”.
Son estas mismas respuestas las que explican, por sí solas,
las frases con la que empieza esta columna, las cuales son una muestra inequívoca
de la lucidez y coherencia personal de Clara Segura, la cual gana una
barbaridad cuando tienes la oportunidad de tenerla frente a frente. Forjada en los
escenarios, en especial los más clásicos –dando la réplica a personajes tales
como Antígona o Electra- su carrera cinematográfica supone una estación de paso
en medio de su pasión, nada disimulada, por el teatro.
Su personaje, Elena, la primera mujer que aparece retratada
en la película junto a su expareja, es
real, cercano, directo y casi tan coherente como lo es la actriz en su vida
personal. Tampoco quiero decir que sea
una mujer sin corazón ni nada por el estilo, pero sus sentimientos ni nublan su
sentido, ni son incapaces de ver las torpezas de su anterior pareja por
recuperar algo que él mismo se encargó de arruinar. El gesto de recordarle a su ex marido que se
lleve las cajas que aún le quedan en casa “casi lo empuja a que se las lleve,
de una vez”, son su forma de cerrar una relación de la que ya poco queda y que
él se niega a aceptar.
“Tanto él como el resto de los hombres que aparecen en la
película son hombres medio burgueses y acomodados, que nunca han tenido que
asumir demasiados riegos, pero que un día se dieron cuenta de que las cosas no
les venían tan de cara como ellos pensaban. Llegado el momento, se acobardaron
y se vieron impotentes para tomar una decisión que les hiciera cambiar, para
bien o para mal”.
“Su comportamiento es una metáfora de nuestro país, en el
que aún hoy, sus ciudadanos, se niegan a cambiar un sistema de producción y
trabajo que hace incompatible la vida profesional y personal. Con los horarios
actuales sigue siendo imposible conciliar la vida familiar, porque cuando uno
llega a casa, los niños ya están durmiendo. Los hombres de la película de Cesc
(Gay) son iguales, cuando se dieron cuenta, sus vidas habían cambiado y sólo
sus mujeres lo sabían”.
“Ellas son las que han ido manteniendo la situación, tal y
como es el caso de María (Leonor Watling), quien recurre a la Psicomagia del
escritor Alejandro Jodorowsky para solucionar un problema que poco tiene que
ver con la magia y mucho con la psique del varón español a uso, al cual se le
ha educado no para vivir en el universo, sino para ser el centro de él”.
Admito que hacía mucho tiempo que 30 minutos de entrevista
con una actriz, muy bien controlados por la jefe de prensa del Festival
Internacional de cine de Helsinki -R&A- Kira Schroeder, no me aportaban tanto como
profesional y como persona, ayudándome a ver, con mayor y mejor perspectiva,
una película tan válida y bien narrada como Un arma en cada mano, además de
poder conocer el trabajo y la personalidad de una de sus actrices principales.
Me imagino que, en el extremo contrario, habrá quien no
considere igual de válido y lúcido el guión de Cesc Gay, sobre todo porque a
nadie le gusta que le digan las cosas en la cara, y más si éstas son
verdad. No obstante, la historia nos ha
demostrado que con ocultar la cabeza debajo del ala, tirar de fanatismo
ideológico o la mayoría absoluta los problemas no se solucionar, sino todo lo
contrario.
Bien estaría que las nuevas generaciones de varones
olvidaran repetir las taras de quienes ya no cumplimos los cuarenta y se
decidieran a ser ciudadanos del siglo XXI, sin tener que llevar “un arma en
cada mano”, tal y como le dice Candela Peña (Mamen) al anodino personaje
interpretado por Eduardo Noriega en la pantalla.
© Dani Codina, 2013
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