¿Qué convierte
a una persona en un maníaco? ¿Cuál es el detonante que transforma una psique
sana en otra diametralmente opuesta y totalmente enferma?... ¿O será que los maníacos nacen y no hay nada
que los transforme, sino que es sólo cuestión de tiempo?
Éstas son algunas
de las preguntas que a uno le vienen a la cabeza cuando ve Maniac, reinterpretación del director Franck Khalfoun del clásico
del mismo nombre, rodado por William Lusting en 1980, e interpretado por el
actor y guionista Joe Spinell.
Maniac es, en ambos casos, la radiografía
de un asesino psicópata, trastornado y sanguinario, el cual busca con sus
macabros crímenes paliar la carencia de afecto y compresión que le fue negada
durante su infancia. En el fondo, Frank Zito es sólo un niño maltratado
psicológicamente por una madre que disfrutaba más con las relaciones sexuales de
su trabajo que con atender las necesidades de su hijo pequeño.
Con el
tiempo, Frank creció y el odio hacia las mujeres -mezclado con su incapacidad
para mantener algo más que una relación disfuncional con el resto de sus
congéneres- le llevó a refugiarse en sus maniquíes, sus delirios y su sed de
sangre y pelo femenino con el que crear esa imagen ideal que solamente existía
en su mente.
Ver Maniac, en la versión de Franck Khalfoun,
es ver la locura que motiva a un maníaco según su propio punto de vista y en
primera persona. Raramente, salvo en contadas ocasiones, el espectador verá la
cara de un irreconocible y realmente sensacional Elijah Wood, sino sus actos,
sus crímenes, sus pesadillas y cómo el joven perturbado ve el mundo que le
rodea.
De esta
forma, todo se convierte en una realidad bien distinta, turbadora,
desasosegante y casi diría que nauseabunda, como el olor y las moscas que
llenan la habitación en la que Frank esconde las cabelleras de las víctimas,
pringadas con la sangre que aún gotea de los trozos de piel arrancados.
Maniac nos devuelve al asesino real,
psicótico y descarnado. A aquel que no conoce ningún tipo de traba moral, ni
ética, y cuyo único interés es continuar con su macabro recorrido nocturno. Ni
siquiera el cruzar su camino con Anna (Nora Arnezeder) logrará redimirle y, al
final, el asesino será víctima de sí mismo, sin que nada, ni nadie pueda llegar
a remediarlo.
Además, y
como ya se ha dicho anteriormente, Maniac
nos permite ver a un Elijah Wood sensacional, capaz de mostrar la fragilidad,
la demencia y la psicopatía necesaria, en sus dosis justas, sin caer en
extremos histriónicos ni nada por el estilo. Su actuación llega a ponerte los pelos
de punta por esa mezcla
infantil y sádica que el personaje logra mostrar en la
pantalla, justo antes de rematar a su siguiente víctima.
Para el
director, conocido por su película Parking
2, Maniac le permite volver a
trabajar junto a Alexandre Aja y Grégory Levasseur, responsables del guión de
ambas películas, amén de actualizar uno de esos pequeños grandes clásicos del
cine de género de los años ochenta, tal y como lo fuera la primera versión Maniac, tan recordada por sus excesos
como por la interpretación del desaparecido Joe Spinell.
¿Y el
resto…? Pues, como siempre, es cosa de ustedes.
© La Petite Reine & Studio 37, 2013
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