Una noche cualquiera, en una ciudad
de los Estados Unidos. Una novia discute con su pareja por teléfono. Las cosas
no marchan bien y el resultado final es una ruptura telefónica que evita el
enfrentamiento cara a cara.
En medio de un escenario urbano, la
novia despechada, Elisabeth, (Norah Jones) repara que hay un testigo de toda la
acción, un camarero, Jeremy (Jude Law) que está en plena tarea de limpieza.
Sin saber muy bien por qué, se
acerca hasta él y empieza una conversación que le ayuda a disipar la tensión
del momento.
Tras conversar durante unos minutos
decide irse, no sin antes dejarse unas llaves con la consigna de que se las den
a quien pregunte por ellas.
Pocas horas después la protagonista
de la historia regresa al lugar y le pregunta al camarero si alguien ha venido
buscar las llaves. Éste le dice que no y le enseña una pecera llena de llaves,
a la espera de que alguien las venga a recoger.
A partir de ese momento, y con la
excusa de recordar la historia que cada uno de aquellos pedazos de metal
esconden, ambos protagonistas empiezan a conocerse, a intimar, a descubrir
razones y motivaciones tiempo atrás olvidadas, encontrando aquello que en algún
momento fue realmente importante para ellos.
Son unas veladas que trascurren
frente a un trozo de tarta –aquella que por una extraña razón nadie come- y la
quietud de la noche, dama que preside sus encuentros. Ambos terminan por vivir
un tempo prestado a los seres mágicos de cuentos y leyendas, donde sólo ellos
son los verdaderos protagonistas.
Sin embargo, un día la protagonista
decide emprender un viaje que le llevará a descubrir la realidad de otros
personajes tan necesitados de un minuto de atención, como lo estaba ella el día
que discutió con su novio. Son seres que viven existencias incompletas,
fracturadas por las circunstancias de sus vidas y que encuentran en la joven,
la cual ha asumido ahora la faceta de camarera, un punto y seguido en sus
maltrechas vidas.
Para la protagonista, cada uno de
ellos -desde el matrimonio que vive separado por el alcohol y el deseo, Sue
Lynn y Arnie, hasta Leslie, la ludópata que trata de recorrer el camino inverso
al de su progenitor- son las escalas de un viaje que le llevarán a encontrarse
consigo misma y con su verdadera identidad.
Y no piensen que la protagonista se ha
olvidado del camarero que conoció al principio de la historia. No, éste forma
parte del viaje mismo, por medio de las postales que le manda desde cada uno de
los lugares que visita. Para él, aquellas postales le recuerdan los momentos
transcurridos debajo de la luz de la barra de su bar, frente a un trozo de
tarta recién cortada.
My Blueberry Nights
representa un viaje físico y mental de unos protagonistas que tratan de
encontrar –como el común de los mortales- su lugar en el mundo. Su director,
Wong Kar-wai, vuelve a llevarnos de viaje, una de las constantes de su cine, y
nos da su peculiar visión de una clásica “Road Movie” norteamericana.
La diferencia es que el papel
interpretado con tremendo acierto por la cantante Norah Jones –en su debut
cinematográfico-, no se nos presenta como una huída del pasado, sino el
comienzo de una nueva vida.
Ella pone todo su empeño en
descubrir qué es realmente lo que quiere hacer con su vida y no duda en
interactuar con quienes se cruzan en su camino para lograrlo. Gracias a ella conocemos las pequeñas
tragedias que se esconden detrás de personajes normales y corrientes a los que
la vida ha jugado una mala pasada.
Por momentos la narración parece una
partida de cartas en la que debes saber cuándo plantarte y cuándo apostar todo
lo que tienes encima de la mesa.
Y en medio de todos ellos se esconde
esa forma relajada y poética de filmar que se ha convertido en el sello de identidad
de Wong Kar-wai. Su cámara no fuerza las situaciones, no vulnera la
tranquilidad de los protagonistas. Pasa de puntillas sobre sus vidas sin hacer
ruido, como si no quisiera interrumpir el desarrollo vital de cada uno de los
protagonistas.
De esa forma, la atmósfera que rodea a toda la narración no se
pierde en estridencias inútiles ni en vanos artificios. Wong Kar-wai logra, con esta forma de contar,
que el espectador pase a ser un protagonista más de la acción, ocupando un
silla del bar en el que trabaja Jeremy, esperando turno para que Elisabeth le
sirva su pedido, compartiendo una copa con Arnie (David Strathairn) y Sue Lynn
(Rachel Weisz) o jugando una partida de cartas con Leslie (Natalie Portman).
Al final, toda la historia se cierra
en un círculo perfecto, redondo y lleno de ternura y genialidad.
Puede que esta historia se pudiera
contar con miles de palabras, con frases ingeniosas, pero las imágenes rodadas
por Wong Kar-wai, según una historia y un guión escrito por él mismo, son de un
lirismo que traspasa el lenguaje hablado para llevarnos hasta el mundo de la
ensoñación y la imaginación, inmerso en una sociedad menos dispuesta cada vez a
dejarse seducir por tales disciplinas.
Todo lo demás corre por cuenta de
cada uno, nada más apagarse las luces de la sala, en la soledad del salón de tu
casa, después de darle al play en el reproductor que toque.
© Block 2
Pictures, Jet Tone Production, Lou Yi Ltd. & StudioCanal,
2013
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