Nos
les diré nada nuevo si les cuento que estamos matando a nuestro planeta y a sus
gentes, poco a poco. Cada día aparecen nuevos o viejos conflictos armados,
casos de abusos, corrupción, sobreexplotación de la tierra y las personas y un
sin fin de razones que abalan, tristemente, lo que les he comentado unas líneas
atrás.
Sin
embargo, por duro que todo esto pueda parecer, siempre nos queda una esperanza.
Nos
queda la esperanza de que las nuevas generaciones, aquellas que están naciendo
mientras escribo esta columna, sean capaces de aprender de nuestros errores y
salvar lo poco que quede intacto de nuestro viejo mundo. Con sus risas y sus
juegos, los niños de ahora, hombres del mañana, terminan por actuar de bálsamo
que cura la más cruel de las heridas.
Imaginen
por un momento un escenario totalmente distinto, un escenario en el que los
peores miedos han pasado a ser reales.
Un
escenario en el que las risas infantiles son sustituidas por la desesperación y
el tedio de un mundo que se dirige de manera convulsiva hacia el desastre.
Un
escenario donde lo único que queda es tratar de salvarse a sí mismo, dado que
ya que poco queda que salvar de lo que nos rodea. Un escenario donde los niños
forman parte del pasado, como las estatuas de Miguel Ángel o los dibujos de
Leonardo Da Vinci. Un escenario en donde ya no nacen niños desde hace 18 años.
Ésta
es la premisa de la que parte la última película del director mejicano Alfonso
Cuarón, Hijos de los hombres, basada en la novela de la novelista
británica Phyllis Dorothy James.
La
acción comienza en el año 2.027, dos décadas después del último nacimiento de
un ser humano en el planeta. El protagonista, Theodore Faron, vive una ciudad
de Londres dominada por la xenofobia y el totalitarismo de un gobierno que
trata de apuntalar los resto del mundo civilizado a costa de una brutal
represión.
Nada
queda de la mal llamada “sociedad del bienestar” tras multitud de guerras,
muchas de las cuales terminaron con el estallido de artefactos nucleares,
conflictos étnicos y el colapso de la economía de mercado. Quienes han
sobrevivido pugnan por no ser engullidos en las entrañas de un régimen que
recuerda poderosamente al descrito en la novela gráfica de Alan Moore y David
Lloyd, V de Vendetta.
En
medio de todo, Faron se verá envuelto en las actividades de un supuesto grupo
terrorista –The fishes- liderado por su ex-mujer, Julian, empeñada en aportar
un gramo de esperanza a un mundo que sólo quiere que lo dejen morir tranquilo.
Faron
se niega en un primer momento aunque, tras hablar con su buen amigo Jasper,
decide aceptar el encargo de su antigua compañera.
A
partir de entonces, el protagonista verá como su realidad salta en mil
fragmentos, teniendo que sobrellevar toda una catarata de acontecimientos que
pondrán a prueba sus creencias y su propio concepto de humanidad.
Puede
que lo peor de todo sea volver a tener esperanza en un mundo donde no hay mayor
pecado que pensar que el mañana nos traerá algo mejor.
Lo
que ocurre es que, ante la posibilidad de proteger una nueva vida, uno se ve
obligado a dejar atrás sus miedos e inseguridades y luchar sin tener en cuenta
los resultados.
De
todas maneras, la esperanza dura lo que un soldado tarda en sacar el cargador
de su fusil, coger el siguiente, colocarlo en su lugar y volver a comenzar con
su macabro repertorio.
Esto
mismo se observa en quienes, en esta historia,
luchan por terminar con un sistema que castiga a los refugiados llegados
hasta el reino de la Gran Bretaña tras la desaparición de sus estados. Si las
autoridades británicas de esta narración detienen a los mencionados refugiados
y los recluyen de la misma manera que hicieran los nazis durante la segunda
guerra mundial con millones de personas, los luchadores por la libertad no
dudan en asesinar a sus líderes con tal de ganar a la partida al contrario.
Todo con tal de ofrecer una esperanza, tirando de los mismos métodos que
llevaron al mundo a la situación en la que ahora se encuentra.
Faron
no es, tampoco, un dechado de virtudes. Lo que ocurre es que, como el narrador
de una historia decimonónica, es capaz de ver más allá de sus intereses
personales, por los menos cuando la situación con Kee, la joven africana que se
convertirá en su protegida, así lo requiere.
Su
visión de futuro, en un mundo ciego y estúpido como el que se nos plasma en la
pantalla, le supondrá mucho más de lo que podía pensar en un principio. Su
lucidez mental lo sitúa muy por encima del resto de los personajes, que sólo se
comportan como animales -poco racionales- que son.
Hijos
de los hombres
es obra de la novelista Phyllis Dorothy James –P.D.James- en 1.992. Su novela
nos cuenta uno de los muchos futuros atroces y carentes de esperanza, como ya
hicieran otros escritores, contemporáneos suyos, tales como Philip K. Dick o
Robert A. Heinlein.
La
obra de James es aún más descarnada que Alfonso Cuarón -responsable este último
del guión de la película-, pues nos muestra un mundo mucho más viciado y
carente de cualquier escapatoria para los protagonistas.
El
acierto del director mejicano es no darnos tregua alguna y atraparnos en medio
de una realidad que, aunque nos resistamos a creerlo, invade los noticiarios de
las principales cadenas de televisión mundiales.
Su
forma de plantearnos los acontecimientos, de forma brusca y sin tiempo para
poder asimilarlo, terminan por anclarte a la butaca del cine, tal y como
sucedió durante su pase de presentación durante el festival de Sitges del año
2.006.
El
otro pilar sobre el que reside la validez de la película es en su reparto,
encabezado por un cada vez más eficaz Clive Owen, héroe por las circunstancias,
pero héroe, al fin y al cabo. A su lado, la también resolutiva Julianne Moore,
en un papel que actuará de catalizador para el desarrollo posterior de los acontecimientos.
Junto
a ellos un Michael Caine que demuestra que no es uno de los mejores actores de
las últimas décadas por casualidad. Su papel de Jasper -un ser que vive entre
los cuidados a su esposa enferma, sus recuerdos del pasado y la atención de su
plantación de marihuana- muy bien podría ser una declaración de principios del
propio actor, poco amante de los excesos de su sociedad y de muchos de los
integrantes de su profesión.
No
obstante, es Alfonso Cuarón quien destaca como el responsable de llevar a la
pantalla una novela tan compleja como la escrita por James, hace poco más de
una década. No debemos olvidar la capacidad del realizador para adaptar textos
literarios a la pantalla. Ya lo demostró en 1.998 cuando rodó una versión
actualizada del clásico de Dickens, Grandes Esperanzas. Seis años
después, le tocó el turno a la tercera de las novelas del niño mago, Harry
Potter y el prisionero de Azkaban, considerada por muchos la mejor
de las aventuras del Potter cinematográfico.
Con
Hijos del mañana, Cuarón demuestra sus dotes por partida doble,
guionista y director, a la vez que deja claro clara su madurez como realizador.
Lástima que su sentido de la esperanza para con el mundo sólo dure escasos
minutos. Aunque, tal y como están las cosas, antes y ahora, demasiado tiempo me
parece.
© Universal Pictures; Strike Entertainment & Hit
& Run Productions, 2014
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