Muy a
pesar de la legión de detractores que ha tenido y, aun hoy en día sigue
teniendo el cine de género, éste le ha dado al séptimo arte algunas de sus más
preciadas joyas.
Títulos
como Aelita; Metrópolis; Frankenstein; La guerra de los mundos; La invasión de
los ladrones de cuerpos; Ultimátum a la Tierra; El planeta de los simios;
Terminator; o Pitch Black, por citar los
primeros que se me vienen a la cabeza, demostraron, en el momento de su
estreno, la validez del fantástico frente las críticas que lo lastraban.
Y
todos estos títulos, en mayor o menor medida, están hermanados por ser
películas con un presupuesto no excesivamente alto, más bien todo lo contrario.
En la
mayoría de los casos, se trata de películas realizadas con mucho oficio, y una
gran inventiva por parte de sus responsables, salvo el caso de El planeta de
los simios que sí que dispuso de cierto desahogo presupuestario, pero sin
exagerar. Algo similar le ocurre a cinta de Fritz Lang, aunque su presupuesto,
muy alto para los estándares europeos, no tiene comparación con el mercado
americano.
No
obstante, en ambos caso, y al igual que ocurre con el resto de títulos, el
sobresaliente resultado final tiene mucho que ver con el interés y la dedicación
de quienes se encontraban detrás del proyecto.
Con
Monsters, película, dirigida, escrita, rodada y diseñada por el británico
Gareth Edwards -quien también se hizo cargo de los efectos digitales de la
cinta- pasa tres cuartos de lo mismo. Toda la producción se apoya en las
espaldas de los dos actores principales, Whitney Able (Samantha Wynder) y Scoot
McNairy (Andrew Kaulder) y en un equipo técnico formado por cinco personas,
junto con todos los ordenadores y el material informático del director.
La
película, rodada cámara en mano en escenarios naturales, muchas veces sin pedir
permiso, y utilizando personas normales y corrientes como figurantes puede ser
considerada como una de las propuestas más atractivas e interesantes de cuántas
se han estrenado en los últimos años.
Además,
el trasfondo social que destila toda la cinta, el cual no figuraba en los
planes iniciales del director, la convierten en una herramienta de crítica
social, a la altura de títulos como La invasión de los ladrones de cuerpos o
Ultimátum a la Tierra.
Puede
que la diferencia sea que lo que rodó Edwards en Méjico sea algo tan cotidiano
que, aunque lo quieras pasar por alto, acaba por surgir mientras que el
trasfondo de denuncia sobre la carrera armamentística (Ultimátum a la Tierra)
o, por el contrario, el clima de paranoia y persecución vivida durante la época
de la “caza de brujas” (La invasión de los ladrones de cuerpos) estuviera más
presente en esas épocas.
Sea
como fuere, Edwards filma en Monsters su particular visión de la novela del
escritor Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas (1899), aunque el escenario
se traslade del Congo colonial belga al Méjico contemporáneo e igualmente
violento.
Monsters
es varias cosas, además de una película de género. Por un lado es el viaje que
dos personas emprenden tratando de volver a casa, aunque las fronteras de dónde
está el hogar se vayan difuminado con el paso del metraje. Por otro lado es una
historia de amor entre dos personas antagónicas, pero tremendamente solitarias.
Y, como
su mismo nombre indica, es una película de monstruos llegados desde el espacio
exterior, los cuales deben enfrentarse con los monstruos que habitan el planeta
Tierra, los seres humanos, mucho más dañinos que aquellas criaturas.
La
excusa argumental tiene que ver con una nave espacial, la cual se estrella tras
obtener muestras de vida extraterrestre en una de las lunas de Júpiter.
La
nave en cuestión se estrella en Méjico, infectando una enorme zona del país,
convirtiéndose, ésta, en la “Zona infectada”.
Ante
tal suceso, las autoridades norteamericanas comienzan un enorme despliegue
militar, el cual pretende evitar que las criaturas “invadan” el territorio
americano, además de construir una enorme muralla, edificación que compite en
grandiosidad con la milenaria muralla china.
Sobra
decir que los intentos por detener a las enormes criaturas, resultantes de la
contaminación, acaba por degenerar en una suerte de bombardeos constantes,
muchos de los cuales se saldan con víctimas civiles que nada tienen que ver con
los invasores extraterrestres.
Por añadidura, una situación tan adversa -sumada a la que el país ya vivía antes del accidente de la aeronave espacial- es el caldo de cultivo ideal para que la corrupción y los atropellos contra los más desfavorecidos se propaguen mucho más rápido que cualquier invasión alienígena.
Por añadidura, una situación tan adversa -sumada a la que el país ya vivía antes del accidente de la aeronave espacial- es el caldo de cultivo ideal para que la corrupción y los atropellos contra los más desfavorecidos se propaguen mucho más rápido que cualquier invasión alienígena.
En
medio de aquel escenario, se encuentran Andrew Kaulder y Samantha Wyder. Él es
un fotógrafo que busca su oportunidad en el mercado de las noticias de consumo
rápido y sensacionalista. Ella, por su parte, es la hija del director del medio
para el que trabaja Kaulder, y da con sus huesos en un hospital como resultado
de uno de los muchos ataques de los monstruos y el posterior bombardeo de los
aviones estadounidenses. Para los dos protagonistas, Méjico representa una
excusa para lograr un propósito, aunque en el caso de la joven, su interés
tenga que ver con posponer el maravilloso e idílico futuro que le tiene
preparada su familia.
Kaulder,
parapetado en un cinismo nada convincente, busca en aquel lugar la oportunidad
que le ayude a recuperar la autoestima personal que perdió tiempo atrás, aunque
tampoco tenga mucha confianza en su futuro, tal y como le sucede a Sam Wynder.
Sin embargo, hacer de niñera de una “niña rica” no entraba en los planes de
Kaulder, más si se tiene en cuenta que, cuando conozca a la joven, su vida deje
de ir como él quisiera.
Tal y
como suele ser habitual cuando las circunstancias ambientales marchan por
delante de los personajes protagonistas, Kaulder deberá aceptar que el encargo
inicial se va transformado, poco a poco, en la odisea vital que vive el
personaje principal de la novela de Conrad, teniendo que hacer frente a sus
miedos más íntimos y personales.
Quizás
el punto de inflexión, magníficamente resuelto por el director, llega cuando, tras el ataque nocturno que sufren
los vehículos en los que se encontraban viajando camino de la frontera, Kaulder
descubre el cadáver de una niña pequeña, la cual ha sucumbido, junto al resto
de su familia, ante el ataque de uno de aquellos monstruos. Filmada sin ningún
diálogo, la secuencia nos muestra el dolor de una persona que ve en aquella
niña, a la que tapa con una de las fundas que protegen sus cámaras, al hijo al
que añora y con quien tiene muy poca relación.
Aquella
niña es, como en lo mayoría de los casos, el eslabón más débil de una cadena
plagada de funcionarios corruptos, personas sin moral y parásitos que devoran
sin ningún pudor las vidas de quienes, para desgracia suya, viven en el lugar
equivocado y en el momento equivocado.
Una
vez que, al final, y tras muchos obstáculos, ambos personajes logran llegar a
la frontera, se toparán con una realidad que dista mucho de ser la “versión
oficial” que, día tras día, bombardean los medios de comunicación, especialmente
las televisiones: los monstruos sólo son criaturas que tratan de sobrevivir, ni
más ni menos. Edwards nos muestra, con todo lujo de detalles, la enorme belleza
de aquellas criaturas, una suerte de seres anfibios que suenan como las
ballenas terrestres, las cuales están tan desplazadas y asustadas como aquellos
que han tenido que abandonar sus casas, a causa de la contaminación y los
continuos bombardeos aéreos. Es el penúltimo punto y seguido de una historia
que termina de una forma esquiva, pero nada casual, más si se tiene en cuenta
todo lo que se ha visto.
Con
Monsters, Gareth Edwards vuelve a demostrar que la realidad del mundo en el que
vivimos se puede convertir en un material tan maleable como cualquier criatura
llegada desde el espacio exterior. Sus monstruos nada tienen que ver con el
sanguinario alienígena creado por H. R. Giger para la película de Ridley Scott.
Sus monstruos son tan víctimas como la mayoría de los personajes que aparecen
en la película, sumergidos en las tinieblas de un país, Méjico, donde, día tras
día, la violencia se cobra más y más víctimas.
Después
está el acierto del director por contar las pequeñas historias que se van
sucediendo, tanto entre los dos personajes principales como con el resto de los
personajes que irán apareciendo y el resultado es una sobresaliente película de
género, la cual no debería pasar desapercibida para todos aquellos que
disfrutan con este tipo de propuestas.
Tras
un ir y venir de toda clase de rumores, Edwards ha sido el escogido para
revitalizar el personaje de Godzilla en la gran pantalla, tras la “fallida y
nunca bien ponderada” película de Roland Emmerich, estrenada en 1998.
Su
principal reto será no perder su estilo, enredado en los entresijos de una gran
producción como esta, y poder seguir contando historias de personas reales con GRANDES
monstruos a sus espaldas.
Veremos
de lo que es capaz el joven realizador británico y si consigue plasmar un icono
tan reconocible como lo es el mítico monstruo japonés sin perder sus señas de
identidad como realizador.
© Vertigo
Films, 2014
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